martes, 1 de febrero de 2011

DE NUEVO EN ALMADRONES



Me dolió mucho, esa es la verdad, leer ese párrafo en la revista periódica que arriba reseño. Para hacer referencia a uno de los desmanes más dolorosos, de los muchos que ha sufrido nuestra tierra en su patrimonio artístico a lo largo del último siglo, no es preciso tratar a la iglesia en la que tuvo lugar el saqueo de “abandonada”, entre alguna otra razón, por la más convincente de todas: porque no lo está ni tampoco lo estaba cuando se llevaron los cuadros, sino muy al contrario, Almadrones es hoy uno de los pueblos vivos y mejor cuidados de toda esta provincia, con el tanto a su favor, o tal vez por eso, de encontrarse junto la Nacional II y poseer en su término un campo de excelente calidad para el cultivo.
Ahora bien –y volviendo al hecho que nos ocupa-, si la consideración despectiva con respecto al pueblo intenta justificar el robo desconsiderado de la colección de Apóstoles pintados por el genial cretense, no deja de ser una crueldad sobre otra mayor que, por mi parte, intento desagraviar evocando ante los lectores mi paso por aquel bonito lugar de esta provincia tan cercano a nosotros. No obstante, quiero que acompañe a este breve preámbulo lo poco que sé –muy poco-, de aquel apostolado propiedad de la iglesia de Almadrones, robado y apartado de su lugar de origen con absoluta impunidad en los comienzos de la Guerra Civil española, días después del 25 de julio de 1936, fecha en la que se destartaló la iglesia, se destrozaron los retablos e imágenes, y se pretendió quemar el edificio, sin que esto último por fortuna tuviera lugar. El pueblo, ha lamentado desde entonces tan valiosa pérdida, con el agravante de no saber a ciencia cierta dónde se encuentran los grecos de su iglesia, ni siquiera el itinerario de su viaje desde el primer día. Se han dicho muchas cosas: Que si pasaron buena parte de la Guerra Civil guardados en el Fuerte de Guadalajara, que si luego se llevaron al Museo del Prado para su custodia quedándose allí un par de ellos como pago a tal servicio, que si el Obispado recibió alguna parte del capital por el que fueron vendidos…Divagaciones de escaso fuste, sobre las que se cierne una nube negra que es la única real: que la iglesia de Almadrones tuvo trece cuadros del Greco colgados de sus paredes, y que ahora no tiene ninguno, sólo le queda la indignación y el recuerdo. Se sabe que por lo menos dos de aquellos cuadros se encuentran en el Museo del Prado (un mal menor), que otros varios en colecciones particulares fuera de España, y que algunos más se cuelgan en el museo norteamericano de Indianápolis. Es todo.
Hace algunas fechas leí que se encontraban nada menos que tres de los Apostolados pintados por nuestro autor: el perteneciente a la Casa del Greco de Toledo; el de la colección del Marqués de San Feliz, ahora en posesión del Museo de Bellas Artes de Asturias, y el de la iglesia de Almadrones, en una exposición grandiosa que tiene lugar, o ha tenido, en la ciudad de La Coruña. Uno duda que estando tan repartidos por el mundo como están, puedan haberse visto las caras todos ellos en la ciudad gallega. No obstante la ocasión es, o ha sido, magnífica para empaparse de la incomparable pintura del Greco, y para conocer entre lamentos y sollozos del alma, una serie de cuadros que antes fueron nuestros.
Los más viejos del lugar que todavía viven en Almadrones, recuerdan perfectamente los cuadros colgados en la pared de la iglesia por encima de los arcos. Dicen que nunca se les dio la importancia que luego supieron que tenían, y, como los gustos de cada cuál andan a veces reñidos con el arte, los niños del pueblo tenían miedo de aquellas pinturas, y los mayores solían referirse a ellas como “los cuadros de los hombres feos”.
Un poco con el pesar de que, por ignorancia por parte del informador, se haya podido dañar el buen nombre y la merecida categoría de este pueblo de la Alcarria, y con mayor pesar aún por el hecho de que se llevaran de él todo un tesoro de la pintura más estimada de nuestros clásicos, me he sentado a escribir, con los honores que merece, unas cuantas líneas más teniendo al pueblo de Almadrones como protagonista. He vuelto a estar en él días atrás con el mismo motivo, y he vuelto a comprobar la imagen nueva de un pueblo que a nadie pasa desapercibido, pues aunque no está situado justamente al lado de la carretera (Nacional II), sino apartado como unos quinientos metros, su buena imagen nos lo recuerda al pasar por su famosa Venta, fundada en 1862 como venta para carreteros por una mujer llamada Celestina, y convertida hoy en un importantísimo complejo industrial de atención al viajero, ni qué decir que con arreglo a las exigencias de los nuevos tiempos.
Me acompañó en este último viaje a Almadrones su alcalde de casi toda la vida, Dionisio Juárez, un hombre cabal, un alcalde de los no muchos que han entendido bien y han puesto en práctica aquello de que la autoridad es un servicio, pero que opina que ya lo debe dejar, que ha llegado –y bien ganada, por cierto- la hora del relevo, aunque mucho me temo que en los tiempos que corren le va a ser difícil encontrar un sucesor, por lo menos un sucesor tan amante de su pueblo como él lo es, y tan dispuesto a soportar la llegada inoportuna de un forastero con la pretensión de que le acompañe.
- No, no. Tú no eres un forastero para mí; eres un amigo. Tampoco lo fuiste la primera vez que viniste a vernos.
Dionisio lamenta que su pueblo se vaya quedando sin gente, que ahora que tiene viviendas nuevas tantas de ellas y cómodas las demás, a la gente le haya dado por seguir con aquel empeño de marcharse que empezó hace más de cincuenta años y que ahora ha vuelto a sentirse de nuevo. Almadrones nunca fue grande, pero hasta no hace mucho sostuvo sus ciento cincuenta almas como población de hecho, cifra que ahora habría que dividir por tres como habitantes de manera continua.
Volví a ver otra vez la iglesia; bastante mejorada si la comparamos con la vez anterior que anduve por allí. Con su bellísimo retablo barroco, de retorcidas formas y ricos dorados, que se trajo desde la iglesia atencina de San Gil, la que ahora es museo, tal vez como compensación y desagravio al pueblo por el saqueo de marras. Después nos fuimos a ver en una casa próxima el escudo familiar de don Miguel del Olmo, gran personaje allá por los primeros años del siglo XVIII, nacido en Almadrones, y que llegó a la dignidad de obispo de Cuenca, al que se debe la llegada al pueblo de sus añorados relicarios de plata, y, posiblemente también, del Apostolado que a río revuelto alguien se llevó de su iglesia. Una historia triste, para mí tan triste como la del monasterio de Óvila o la de los tapices de Pastrana, ésta última, dentro de lo malo, con mejor final.
La Alcarria al fin, aquel “hermoso país al que a la gente no le da la gana ir” según don Camilo, y a lo que yo añado: ¡Ojalá, que algunos no la hubiesen conocido!


(En la foto, abside de la iglesia con el retablo actual, traido de la iglesia de San Gil de Atienza, que sustituye al desaparecido en la Guerra Civil)

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