miércoles, 10 de abril de 2013

Rutas turísticas: LA CIUDAD DE GUADALAJARA (III)



           EL PANTEON DE LA VEGA DEL POZO
           
            Guadalajara tiene como distintivo, aparte de otros monumen­tos que ya conocemos, el famoso panteón cuya cúpula bizantina refulge a todos los soles, allá por el saliente, no lejos del conocido paraje de extramuros al que la gente conoce por la Fuen­te de la Niña. Se llega a él siguiendo hasta el final el Paseo de San Roque, y se distingue por su elegante empaque, por su línea exacta y, desde luego, por traslucir en la piedra el nombre de un laureado arquitecto del pasado siglo, el de su autor.
            Todo en la Fundación de la Vega del Pozo, incluso el Pan­teón, es consecuencia de la generosidad piadosa de una mujer rica, doña María Diega Desmaissieres y Sevillano, quien decidió emplear una buena parte de su hacienda en levantar una casa donde pudieran ser acogidos los ancianos pobres y otros marginados que, ya por aquellos años postreros del siglo XIX, deberían abundar en los barrios menos afortunados de la ciudad. De paso, la buena señora quiso prepararse su propio enterramiento con toda la sun­tuosidad que, en aquellos tiempos de gran imaginación arquitectó­nica, fuera capaz de dar el mundo del arte. El resultado queda ahí, palpable; un monumento único como centro de toda la obra benéfica de aquella mujer. El trazado y dirección de las obras se debe al arquitecto Velázquez Bosco, considerado como una de las primeras figuras en el arte de la construcción de finales del    pasado siglo, quien, dicho sea de paso, dejó en Guadalajara lo mejor de su obra.
            El edificio principal de la Fundación tiene una fachada de piedra caliza, lujosamente trabajada, con profusión de detalles neorrománicos muy de acuerdo con la galanura de los restantes edificios, como parte quizá más visible del conjunto entero. Dentro hay un artístico claustro cubriendo jardín, encuadrado por cuatro filas de arcos sobre columnas y capiteles que intentan actualizar lo más escogido del arte románico español ya existente en los viejos monasterios medievales. La iglesia guarda, por su parte, la línea general del mencionado estilo sólo por fuera, pues en el interior se desborda en adornos góticos y mudéjares, entre otros motivos más inspirados en la arquitectura renacentis­ta de Guadalajara.


            Pero estamos ahora fuera de la casa madre, en el vallado de las huertas de la Fundación. Como canto solemnísimo en piedra labrada milimétricamente, con asombrosa pulcritud, se levanta el soberbio monumento del Panteón. Hablábamos antes de la cúpula en media naranja que lo cubre, rematada por una corona ducal y una cruz de piedra. Por debajo, en cualquiera de sus caras distribui­das en forma de cruz, entran en juego todas las posibilidades ornamentales de las maneras al uso, de los estilos más variados y de todo cuanto los materiales inertes son capaces de dar cuando no se ponen obstáculos al sabio laborar de los picapedreros, es decir, la estampa de lo sublime prácticamente total. El estilo románico lombardo presenta, en este grandioso monumento guadala­jareño, una muestra verdaderamente antológica. En su interior, capilla y cripta, abundan los mármoles, los jaspes, los mosaicos, y todos aquellos recursos materiales capaces de aportar algo al embellecimiento del edificio. Tras el altar de la capilla hay un óleo sobre tabla, de moderna concepción, que representa la escena del Calvario; lo pintó Alejandro Ferrant con un fondo de oro viejo. El mausoleo de la fundadora propiamente dicho ocupa el centro de la cripta, subterráneo, justo por debajo de la capilla. Se trata de un conjunto escultórico funerario, según los cánones modernistas de primeros de siglo, verdaderamente encomiable. Para la ejecución empleó García Díaz, su benemérito escultor, el bronce y el mármol como materiales básicos.

                  
            GUADALAJARA, FIESTAS Y CELEBRACIONES

           
            Si alguna vez acuerdas, amigo lector, llegarte hasta Guada­lajara en la mañana del Corpus, tendrás ocasión de asistir como espectador al desfile que en el procesión multitudinaria del Santísimo hace realidad cada año, desde el siglo XVI, la cofradía de Los Apóstoles. Trece personajes, vestidos rigurosamente con los atuendos que debieron estar al uso en la Palestina de hace dos milenios, representan en esta procesión a la persona de Cristo y a las de sus doce apóstoles.
            El origen de esta piadosa asociación guadalajareña es im­preciso. Hay razones con cierto fundamento para pensar que a principios del siglo XVI, si no antes, ya se había instituido como tal. Un documento manuscrito del año 1625, aparecido en los archivos municipales, habla de una partida presupuestaria en aquel ejercicio destinada al "Cabildo de Los Apóstoles". Consta así mismo que con motivo de la invasión francesa de 1808 se sus­pendieron sus funciones, y luego de resurgir hubo de disolverse en algún otro momento, por prohibición expresa de los actos públicos de culto y de todo aquello que supusiera piedad popular, coincidiendo con determinadas épocas de la Historia Moderna. Pero la cofradía de Los Apóstoles está ahí, activa e ilusionada, lle­nando de interés cada año la procesión del Corpus Christi, desfi­lando con seriedad ejemplar y elegancia por las principales ca­lles de la ciudad, entre cientos de chiquillos de primera comu­nión al abrigo más que molesto de las túnicas y de las barbas postizas, sin volver la vista atrás ‑lo dicen las ordenanzas‑ a no ser que el cofrade prefiera pagar el importe de la multa esti­pulada para tal caso, circunstancia que, por respeto a la propia Cofradía, jamás suele darse. El personaje que encarna la figura de Jesús, cuenta con el privilegio de poder mirar hacia atrás, si lo cree necesario, hasta tres veces en toda la procesión.
             A la Cofradía de los Apóstoles se entra por derechos de herencia. No puede pertenecer a ella cualquier persona que lo desee. Siempre el hijo mayor de alguno de su miembros será quien estatutariamente se encargue en su día de tomar el testigo de la continuidad, si bien, en circunstancias concretas y por esa vez, puede delegar en un hermano de sangre o en cualquier amigo varón. Está escrito que los miembros de la Hermandad han de ser en todo caso mayores de 25 años; que no hayan sido procesado jamás ni sean blasfemos; que vengan de buena familia, honrada y religiosa; y, si son casados, que sus mujeres se sientan tan gustosas como ellos de que los maridos pertenezcan a la cofradía. La cuota de entrada, según las ordenanzas, consiste en el pago de una libra de almendras.



            Durante el mes de septiembre ‑el día 8 como primer día‑ celebra Guadalajara la festividad de Nuestra Señora de la Antigua, alcaldesa honoraria y patrona de la ciudad. Es muy vistosa la procesión que tiene lugar a la caída de la tarde, en la que se devuelve a su santuario la imagen de la Virgen, que llegará acom­pañada de autoridades eclesiásticas y civiles, de jovencitas ataviadas con el traje regional alcarreño, de banda de música y de miles de devotos.


            Sólo unos días después tienen lugar las llamada "Ferias de Otoño", con una semana de duración, en la que la ciudad cambia de aspecto y de ritmo en su vivir durante esas fechas, para dar paso al festejo, sonoro y desenfadado, que de alguna manera desde hace una docena de años protagonizan "las peñas"; a las cabalgatas y a los encierros; a los festejos taurinos, y a otras muchas atrac­ciones más que cada año consiguen sacar de su sitio a miles y miles de visitantes escapados de la provincia a ciertas horas de la tarde. Es el tiempo de la Guadalajara en la calle, la hora festiva de la capital en la que cada vecino, de una o de otra manera, acostumbra participar según sus apetencias.

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